domingo, 12 de agosto de 2012

2 poemas de John Burnside

EL MITO DEL GEMELO

Alguien sigue despierto
en la noche del piso de mi abuelo
con sus cortinas y macetas
y sus libros repletos de hojas de haya
prensadas para que el color perviva,


y alguien está soñando el sueño
que me duró semanas: vagando por la playa
tomé un guijarro y lo partí en dos,
como un albaricoque,
para encontrarme un niño vivo
incubado en la piedra;


como la radio, el murmullo del agua,
la sensación de un golpe en la negrura,
cuando paso la noche en vela
y llegan las respuestas, simples, nítidas, como la llamada de las aves
o la atracción del mar, cuando la luna se alza entre las nubes
y advierto los contornos de su piel: la huella de una mano, un iris.


 
(El mito del gemelo, 1994)






EL BUEN VECINO

 

En esta misma calle, ignorado por mí,
detrás de un laberinto de manzanos y estrellas,
se levanta de buena mañana, toma un libro
y se acomoda en el alféizar o ante una mesa
para atender el alba, solo por una vez,
anónimo, sin cargas, feliz consigo mismo.


No sé quién es; jamás me lo he encontrado
en la pescadería o en la cola del banco,
y aún así pienso en él, en noches semejantes,
despertando en mi casa a solas, y en mis otros vecinos
en sus camas igual que moscas soñolientas.


Observa lo que observo, prueba lo que yo pruebo:
las noches de invierno, la nieve; en verano, el cielo.
Escucha entre las nubes las líneas de los pájaros
y, como ese fantasma que aparece en los viejos
relatos de viajeros, ese espectro en el hielo, el quinto
en un grupo de cuatro, no está del todo ahí,
y sin embargo no es del todo inexistente;


y cuando deja el libro a un lado, mira la hora
y llena la tetera, algo encapuchado se para,
mientras célula a célula, un latido por vez,
mi buen vecino se hace a un lado
y se transforma en alguien a quien he conocido:
un extraño que pasa rumbo a la tristeza,
esposo y padre; hombre rico; pobre; ladrón.


(El buen vecino, 2005)

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