sábado, 21 de febrero de 2009
MUERTE ROÑOSA
CUÁNTO me gustaban sus manos en mi cuerpo asesino.
Palpaba con cuidado de amante aprensivo todo mi mecanismo. Me transmitía la mezcla de placer y temor en cada una de las manipulaciones. Creo que incluso sentí su orgullo cuando me introdujo en la bolsa y me transportó al lugar del crimen. Ningún otro hombre de la organización estaba autorizado a tocarme.
Yo debía estallar debajo de un coche, donde fui colocada con el miedo frío que impongo, en el instante en que el enemigo encendiese el motor. Un detalle desbarató el plan: aparcado en las afueras de la ciudad, el automóvil había sufrido un percance mecánico y el dueño desechó la idea de repararlo. El futuro consistirá en deshacerse bajo la hojarasca y los óxidos.
Han pasado muchos meses. La tierra y los pequeños animales que veo desde el vehículo al que estoy adherida me ayudan a adivinar las estaciones sucesivas. Las hormigas atareadas, el barro, la hierba que crece o la nieve que se diluye en el descampado miden mi lenta despedida.
La roña avanza sobre mis metales. También el musgo y otras formas de vida que se burlan de mi impotencia.
Oigo griterío humano y ruidos de máquinas mientras envejezco tan abandonada como vosotros.
Francisco Javier Irazoki
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